Iván M. Prado Rodríguez

Los Cipreses

Los Cipreses (Cupressus sp.) han sido considerados árboles sagrados por numerosos pueblos desde la antigüedad. Su elevada longevidad (pueden superar los 500 años de edad) y su verdor persistente les valieron el calificativo de ‘Arboles de la vida’. Esta distinción los convirtió en elementos habituales en la mayoría de los campos santos de los países mediterráneos. De todos modos y a pesar de esto, su presencia en parques y jardines, o en las proximidades de edificios singulares no es algo raro de observar, pues su característico porte columnar, aparentemente impasible a todo, acentúa la paz y el sosiego del lugar, confiriéndole un carácter más noble e importante.
Los cipreses son coníferas perennes que pueden llegar a alcanzar los 30 metros de altura y un diámetro en el tronco cercano a los 60 centímetros. Por lo general presentan un porte piramidal compacto y estrecho. Si bien pueden presentar un rápido crecimiento en los primeros años de vida, este se va volviendo más lento a medida que las plantas entran en edad. Poseen un tronco recto, de corteza pardo amarillenta y delgada, la cual se acaba cubriendo de grietas longitudinales. Su follaje verde, espeso y denso, está constituido por hojas pequeñas, cilíndricas y de aspecto similar a escamas, que crecen unas sobre otras, ramificándose a medida que se van desarrollando. Sus órganos de reproducción, al igual que en el resto de las coníferas, son muy primitivos y se denominan conos o estróbilos, en donde los óvulos están desnudos y reciben directamente el polen transportado por el viento. Estos conos aparecen separados por sexos en las ramas a finales del invierno. Los conos masculinos son ovales y de color verdoso, y cuelgan de las puntas de las ramas; los femeninos son piñas redondeadas de color marrón.
El género Cupressus, engloba un nutrido grupo de especies, entre las que destacan: el C. arizonica (Ciprés de Arizona), de silueta cónica estrecha, que se ensancha con la edad. Presenta un follaje en tono gris azulado muy característico. La variedad ‘Fastigiata’, presenta un porte más vertical y color más claro; el C. macrocarpa (Ciprés de Monterey), de lento crecimiento y demostrada resistencia al viento. La variedad ‘Wilma’, de rápido crecimiento y reducido tamaño (no suele sobrepasar los 4 metros). Su follaje verde amarillento, y su olor a limón, lo hacen muy ornamental y es muy resistente al frío; el C. sempervirens (Ciprés mediterráneo), nativo del Sur de Europa y de toda la cuenca mediterránea. Destaca por su rápido crecimiento, presenta una silueta vertical de verde oscuro mate. La variedad ‘Totem’, destaca por su forma perfectamente cilíndrica y muy estrecha.
Los cipreses no suelen ser árboles de grandes necesidades, por lo que su cultivo es relativamente fácil. Prefieren una exposición muy soleada y seca, aunque soportan sin problema la proximidad del mar. El frío intenso, no lo suelen llevar muy bien, y las nevadas muy copiosas, tienden a estropear su bella silueta columnar. Soportan sin problemas la escasez del agua, por lo que son perfectos para zonas de climas áridos. Prefieren suelos sueltos y arenosos, pero se acomodan a un amplio abanico de terrenos siempre que no sean demasiado húmedos.

A la hora de utilizarlos en el jardín, la elección del lugar debe escogerse con cuidado, pues su porte y silueta, confieren un carácter especial al lugar que ocupen. Lo habitual es verlos en grupos, formando alineaciones imponentes a la entrada de algún edificio singular. Su utilización en grupos de tres, resulta muy bella en un pequeño macizo. Las entradas suelen remarcarse con la presencia de un ciprés, a cada lado de la puerta. Los ejemplares aislados también son muy llamativos y decorativos.

Su gran resistencia al mar, lo ha hecho muy útiles como pantallas cortavientos en las zonas costeras. Las variedades cultivadas son perfectas para combinar con otras coníferas, aún así debemos recordar que aunque su tamaño es más pequeño que el de las especies originales, tampoco son enanas y necesitan de un cierto espacio mínimo.